No se dónde leí que para que un hábito se convierta en costumbre bastan 21 días. Paparruchas, pensaréis. Esperad un momento que os cuento lo que me ha pasado.
La niña sin peine es intensamente maravillosa y maravillosamente intensa, las dos cosas a la vez. Tres o cuatro veces por semana, “¡¡es el mejor día de mi vida!!”. Tres o cuatro veces por semana: “¡¡Es el peor día de mi vida!!” las causas van desde que le han cambiado de sitio en clase, “y ahora estoy al lado de M, que es un pesado, mami, UN PE-SA-DO” o el día que Gisela, la profe de pintura, le hace una trenza de espiga “Si duermo sentada, mañana la puedo llevar al cole, ¿verdad?” si son cuatro veces de cada, haced las cuentas y algún día es el mejor y el peor día de su vida. Sí.
Una noche, justo en el momento del beso de buenas noches, comenzó con las preguntas. ” Si el español es el idioma más hablado en el mundo, ¿por qué es más importante el inglés?, ¿Si pido un deseo cuando está pasando la estrella fugaz y luego el deseo no se cumple, es culpa de Dios?” Que son las típicas preguntas que a las diez de la noche después de tooooodo el día pues no admiten contestación alternativa: ” No lo sé, que no soy Google, no lo sé” Antipedagógica de lo más.
El paso siguiente fue: El Tremendismo. Si un día tenía mocos”¿Por qué todas las enfermedades me pasan a MÍ?””¡ Por qué!” Si las niñas de su clase pasan del pilla pilla porque están abducidas por el pan y mantequilla “Mis amigas ya no son mis amigas. Me han…-pausa dramática- olvidado.”
Efectos secundarios: noche primera, ligera inquietud en mí, la siguiente, angustia disimulada como casi todos los sentimientos maternales. Tercera noche, Ay qué mala madre ! A ver si es que mi hija no es feliz…cuando lo que en realidad pasaba era una cutrilla estrategia para retenerme un rato más a la pata de su cama. Ya, ya.
Decidí darle la vuelta, por mí más que nada, no me daba la gana irme a dormir, a no dormir mejor dicho, con el corazón encogido. Y se me encendió la bombilla. Ding!” Escribiríamos cada noche las cosas ‘buenas’, aquellas por las que dábamos las gracias. “Sí, mami, pero ¿a quién? ” ya empezamos.
Para hacerlo fácil pensé que con tres cosas al día serán bastante. El primer día no salía nada, era un poco sufrimiento, como a golpes. El segundo un poquito forzado. Luego, día tras días, las cosas iban surgiendo con naturalidad, y teníamos muchas más de tres. Sin darnos cuenta una noche ya no cogía la libreta de dar las gracias de mala gana, sino que iba corriendo a buscarla. Ya han pasado los 21 días, y eso que al principio se me hacía un mundo.
Se nos ha quedado la costumbre y se ha convertido en un momento de las dos hablando de cosas chulas que nos importan en plan guai, que nos hacen sonreir, y nos damos cuenta de que tenemos mucha suerte, gracias a Dios o a quien sea. Y estoy generosa de lo más y os comparto un secreto: dar las gracias en voz alta es un nido de pájaros en el pecho, calentito y suave.